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sábado, 25 de junio de 2011

Historia de amor.

“Tú, que oyes el canto perfumado del azul”
Bola de nieve




Se detiene el tren.
El recogelatas se sube al vagón y las personas se apartan un poco. Huele mal. Algunos se tapan la nariz y lo observan con desconfianza.
Hay suficiente gente para llenar el vagón pero no está repleto. Hay aire.
Junto a la puerta se encuentra Elisa de pie, conversando con una amiga.
El recogelatas, justo detrás de ella, la observa como hipnotizado. La mira con ojos de un cariño inmenso. Comienza a hacer como si acariciara su cabello pero sin tocarla. Roza el cabello de Elisa con cuidado y lo observa brillar pálidamente, ella aún no se ha dado cuenta y continúa hablando calmada. La amiga nota lo que ocurre y le hace una seña. Elisa gira tímidamente. Lo mira incómoda y un poco asustada, pero en el fondo curiosa. El giro no es suficiente para que él se da cuenta de que ella lo está mirando, sigue observando el cabello como si no existiera más nada.
Elisa vuelve a voltear, se mueve un poco hacia atrás, tratando de alejarse de él.
Él la mira y sonríe.
Ella trata de alejarse pero hay demasiada gente. Lo mira a los ojos y él le lanza un beso. Ella sonríe un poco pero está nerviosa. Él saca de su bolsillo un ganchito de pelo que habrá recogido quién sabe donde. Se lo enseña a Elisa. Intenta dárselo.
Elisa mira el ganchito, mira los ojos, tropieza el hombro de un señor sudoroso, lo rechaza asustada sin poderse despegar de los ojos del hombre. Él, le lanza un beso.
Elisa ve que ésta es su parada. No hay suficiente espacio como para moverse desde esa puerta hasta la otra. Con toda esa gente sería imposible. Bajar es puntualidad. Bajar es esquivar, estar a salvo. Bajar es Caracas.
La voz del conductor murmura inentendible. Se abren las puertas y el cardumen apremia. La amiga la empuja. ¡Bájate marica!. Elisa da un paso hacia la puerta.
El recogelatas, desesperado, la toma por los hombros con brusquedad y clava los ojos en la pupilas negras y sorprendidas de Elisa.
Elisa siente que se hunde. El aire de la puerta le sopla la cara. La mano sucia del hombre levanta el ganchito y se lo coloca en el cabello. Elisa siente el click en la cabeza y se va cuerpo entero hacia la puerta, empujada por las cinco y media de un viernes quince. Se baja sobresaltada y se queda en el andén, adherida a la telarañosa mirada del recogelatas, él la mira desde la puerta sonriendo. Le lanza un beso. Se cierran las puertas . Él sonríe en la ventanilla, mirándola para siempre.
El aire del tren marchándose hace bailar el cabello de Elisa. Siente que es absorbida por los vagones alejándose hasta que desaparecen súbitamente, ocasionándole un vacío inmanejable en el estómago que la lanza hacia atrás, sin saber cómo. Tropieza algunos pies. Recobra el aliento.
Está viva.

Ella mándome en la oscuridad


La útima vez que vi su ros tropezándome en la oscuridad quise huir.

Quise escapar tiéndome en pedazos pero la única pacidad que encontré útil,

fue la de squiciarme un poco más.

Con creto los muros grises me rodeaban y las puertas, cerradas herméticamente, larañadas

y para siempre, me impedían dar el paso bresaltado que deseaba ejecutar hacia a afuera.

Luego, aunque lo intenté no me permitía acercarme hasta su plicante estado, se alejaba,

manteniendo minante una negra distancia mientras me observaba tiéndome frente a ella.

Seguía mirándome ditando, seria y hermosa, luciendo su defecto lerado por pocos,

los pocos que nos encontrábamos allí.

Aunque estábamos rodeados de personas querosas que bailaban doleramente

de una lado a otro, entre sombras máticas que jadeaban y tosían, ella parecía brillar en la oscuridad, con su blime expresión de lejanía.

La música tártica parecía llenar el cuarto de una densa liva oscura, en el suelo mis zapatos

esquivaban dejas de mugre que se confundían con vidrios, colillas y tumultos indescifrables parcidos por todos lados. Algunas veces al pisarlos gemían tipáticos desde el suelo y se arrastraban insultándome.

El pun pun zopentrante de la música parecía llenarlos de mencia, eufóricamente letransportados, soltaban gritos quísimos que hacían que los demás querosos saltaran de emoción, una emoción írica que crecía y se retorcía entre las paredes tigmadas y húmedas de aquel único lugar.

Traté de ignorar su persticiosa mirada que me seguía desde hacía horas, cada vez

que la luz parpadeaba nicando la oscuridad, estaba ella.

Yo bebía mi trago losamente y bailaba en un esquina useabunda con timidez, hasta que brantado entre la gente observé a un hombre vísimo entre los demás. Bajo, tan bajo como nitorio a decir verdad.

Cuando se dió cuenta de que lo veía, abrí bonamente los ojos y traté de ver a otro lado, pero él se acercó leándose entre los cuerpos hasta mí, empujando blegados hombros que le impedían el paso.


- Te está viendo ¿sabes? –dijo cosamente mientras teaba la cabeza y sonreía sin dientes.

-Si, ya lo sé- respondí abólico.

-¿Y tú la miraste?- preguntó, agarrándome tálicamente el hombro con una fuerza increíble.

-Si

-Entonces seguro que no has podido llegar a ella- Me picó un ojo roroso y salido que combinaba

con su nariz de cadente anciano.

Luego soltó una carcajada ñina y se dio la vuelta.

-¡Espere!- Le grité lepáticamente –Ya la he visto otras veces aquí- repliqué- y siempre es igual.

-¡Entonces peor! – dijo vialmente pero con cara de lástima nierista. –No deberías estar aquí-

-Ella me está mirando todo el tiempo. Al principio deseaba irme, pero ya no puedo...

Cada vez que me acerco, desaparece. - continué.

-Tú no entiendes- dijo el hombre vísimo- ¡Vamos! Ella sólo te mira porque eres diferente,

sabe que tú no perteneces a este lugar y por esa misma razón no podrás llegar hasta ella.

Deberías irte ahora mientras puedes, es un consejo, amigo, no lo tomes a mal, simplemente hay cosas que no están destinadas a suceder.

-No quiero irme. Creo que está sola y que si me mira de esa manera es porque desea que yo me acerque.

Lo que no entiendo es por qué cada vez que me acerco ya no está allí.

Desaparece como si fuese un espejismo. Se esfuma con la agilidad de un gato en la oscuridad- respondí

-Vete-concluyó.


Acomodó unas tilladas costillas que sobresalían de su viejo chaleco lorado y roñoso, bebió un sorbo de un trago verde, seoso y sin piedad, me miró por última vez, y se marcho reándose entre la multitud.

Me quedé smoronado. Mis esperanzas de llegar a la misteriosa mujer mética y gatuna estaban

siendo pisoteadas.

Desperté.

Me dolía la cabeza y estaba mareado, tan mareado que no estaba seguro de donde me encontraba.

La almohada a mi lado estaba tibia, pero no había nadie allí. Tenía un sabor extraño en la boca.

Mi cama estaba llena de pelos. Pelos de gato.

Podría jurar que a través de la ventana abierta se deslizaba una cola, pero cuando me asomé

no encontré nada más que la ciudad mitiéndose misteriosa y el aire del día, convirtiéndose

lentamente en noche, una vez más.

jueves, 31 de marzo de 2011

Róbalo

¡PIN!

¡PIN!

Me empiezo a sentir anciosa. Estoy perdiendo el tiempo. ¡PIN! otro numerito, por fin.
-Siguiente por favor-
El aire acondicionado comienza a congelarme los hombros y los dedos de los pies.
Estornudo sin piedad y un par de señoras canosas con carteras enormes sobre las piernas me miran de arriba a abajo.
¡PIN! -Siguiente por favor-
Me da la impresión de que tengo un número que no pertenece a ninguna de las pantallitas.
¡PIN! 745 - ¡PIN! 556 - ¡PIN! 201 ...
Ninguna de las que hace ¡PIN! comienza por 6.

Me levanto de la butaquita azul y siento cómo se me congelan también las nalgas, doy una vuelta para ver las demás pantallas y las señoras de los bolsos me miran una vez más, luego conversan entre si.
¡PIN! - Siguiente-

Una mujer con chalequito pasa taconeandonos en la cara a todos los impacientes, meneando un manojo de llaves enorme de un lado para otro, haciendo sonar por todos lados su metálico poder. Varios nos preguntamos en silencio si la llave de la bóveda mayor también está incluida allí. ¡PIN! Me hace recordar a Key Maker de Matrix. " La key owner " ¡PIN! -Siguiente-

El tiempo sigue pasando congelado y me dan ganas de atraparlo con una red, para ver si me espera hasta que yo salga de aquí. Con ganas de echar a correr me quedo hipnotizada durante unos segundos (o minutos quizás) observando la puerta de vidrio, en donde afuera brilla el sol hasta que ¡PIN! hay un 6 en la pantalla, pero no es el mío. Hay que esperar un poco más.

Les pido a mis dedos de los pies que aguanten en esas cholitas de playa, que resistan un poquito más, que falta poco, les digo.
No me había pasado por la cabeza que para ir al banco había que prepararse tanto.
¡PIN! Conseguir suficiente tiempo para perder, ¡PIN! Vestirse adecuadamente para no morirse de frío,
¡PIN! Traer algo que entretenga la mente para no volverte loco entre ¡PIN! y ¡PIN! , cosa que además, ¡PIN!
no te garantiza nada ¡PIN! porque ¡PIN! la gente aburrida ¡PIN! comenzará a hablarte ¡PIN!
o a cureosear ¡PIN! en lo que haces ¡PIN! y además ¡PIN! es difícil ¡PIN! concentrarse ¡PIN! cuando ¡PIN! a cada segundo ¡PIN! suena otro ¡PIN!
- Siguiente por favor-